Hoy voy a proponer un cuento, un cuento con una moraleja, lo utilicé hace tiempo en una de las sesiones del grupo de padres para hablar del proceso de emancipación de los hijos, espero que pueda servirte de reflexión y ayuda
COMENCEMOS
Había una vez un viejo árbol que se alzaba orgulloso en lo alto de una colina. Sus ramas estaban llenas de hojas verdes y sus raíces se extendían profundamente en la tierra. A su sombra creció una joven llamada Yoka, quien admiraba a su padre por su sabiduría y fuerza.
Un día, un viajero llegó al bosque y le contó al viejo árbol sobre un sueño que había tenido: un sueño donde una princesa de cabello dorado y ojos como el cielo se enamoraba perdidamente de un príncipe misterioso. El viejo árbol, sabio como era, entendió el significado del sueño. Yoka, con su belleza radiante y su espíritu libre, debía encontrar a su propio príncipe y construir su futuro.
Sin embargo, una sombra oscura cayó sobre el bosque. Una mujer mayor, la abuela de Yoka, llegó con la mirada llena de temor. Le susurró al viejo árbol que no debía permitir que Yoka saliera del bosque, que afuera solo existían peligros ocultos que amenazaban su felicidad. El viejo árbol se sintió dividido: quería proteger a Yoka, pero también creía en el sueño del viajero y en la libertad de su hija.
Yoka, sin saber de las preocupaciones del abuelo y la abuela, sentía una inquietud en su corazón. Quería conocer el mundo, vivir aventuras y encontrar al príncipe que aparecía en sus sueños. Un día, mientras los demás dormían, Yoka escapó del bosque.
Su viaje fue lleno de peligros, pero también de maravillas. Conoció nuevos lugares, gente amable y aprendió cosas nuevas cada día. Finalmente, llegó a un castillo donde encontró a un joven príncipe que le robó el corazón con su gentileza y valentía. Ambos se enamoraron perdidamente y juntos construyeron una vida llena de amor y felicidad.
Al enterarse del destino de Yoka, el viejo árbol entendió la sabiduría del viaje y las decisiones libres. La abuela, con lágrimas en los ojos, comprendió que la protección excesiva había ahogado los sueños de su nieta.
Moraleja: ¿Es mejor proteger a nuestros hijos siempre, incluso cuando eso significa negarles la oportunidad de volar por sí mismos?