Fabulando: el eco del Arroyo y el Lobo Gris

Hace unos días completé un pequeño manual sobre el Kaizen (es una palabra japonesa que significa «mejora continua». En la práctica se trata de hacer cambios súper pequeños, casi invisibles, cada día, para conseguir grandes resultados con el tiempo.) para un grupo de adolescentes con los que hemos trabajado a lo largo de este último curso.

En el último grupo uno de los que más «mal» dan me desafió a hacer una fabula sobre lo que estábamos trabajando, después de darle vueltas, he aquí el resultado.

En un bosque frondoso y antiguo, vivía un joven lobo llamado Kael. A diferencia de los otros lobos de su manada, de pelajes oscuros y ojos brillantes, Kael tenía un pelaje de un gris tan claro que casi parecía plateado a la luz de la luna. Esta diferencia, que lo hacía único, era para él una fuente de inseguridad. «Eres demasiado claro», le decían algunos de los lobos más jóvenes en tono de burla. «Pareces una sombra pálida».

Kael, herido por estas palabras, comenzó a esconderse. Cazaba solo al amanecer y al atardecer, cuando las sombras largas disimulaban el color de su pelaje. Pasaba horas junto a un arroyo, observando su reflejo en el agua. «Ojalá fuera como los demás», se lamentaba en voz baja. El arroyo, con su murmullo constante, parecía devolverle un eco de sus propias dudas.

Un día, mientras se lamentaba junto al agua, un viejo búho sabio lo observó desde una rama. El búho, que había visto pasar muchas estaciones en aquel bosque, descendió en silencio y se posó a su lado.

«¿Por qué te escondes del sol, joven lobo?», preguntó el búho con voz serena.

Kael se sobresaltó. «Mi pelaje… es diferente. No es fuerte y oscuro como el de los demás».

El búho inclinó la cabeza. «Veo un pelaje que brilla como la luna en una noche despejada. Veo un color que se funde con la niebla de la mañana. ¿Por qué lo ves como una debilidad?».

«Porque los demás se burlan», respondió Kael, bajando la cabeza.

El búho entonces le contó una historia. Le habló de cómo en las noches de luna llena, los cazadores podían ver fácilmente las siluetas oscuras de los lobos, pero un pelaje plateado como el suyo era casi invisible, una ventaja única para la caza. Le contó cómo su color le permitiría moverse sin ser visto en los días de niebla, cuando los demás lobos debían esperar.

Kael escuchaba con atención. Nunca había pensado en su diferencia de esa manera. El búho, antes de alzar el vuelo, le dijo una última cosa: «El eco que escuchas en el arroyo no es más que el reflejo de tus propias palabras. Si cambias lo que dices, cambiarás lo que escuchas».

Esa noche, Kael se atrevió a cazar bajo la luna llena. Se dio cuenta de que el búho tenía razón: su pelaje plateado lo hacía casi invisible contra las rocas iluminadas por la luna. Con sigilo y confianza, logró una caza exitosa, algo que no había conseguido en mucho tiempo.

Al regresar a la manada con su presa, los demás lobos lo miraron con asombro. Ya no veían a un lobo pálido, sino a un cazador hábil y seguro. Las burlas cesaron, reemplazadas por el respeto. Kael, por primera vez, se sintió orgulloso de su pelaje plateado. Se acercó de nuevo al arroyo, y esta vez, en lugar de lamentarse, susurró: «Soy único y fuerte». El murmullo del agua pareció responderle con la misma afirmación.

Moraleja:

No permitas que las opiniones de los demás definan quién eres. Tu verdadero valor no reside en ser igual a los demás, sino en abrazar y utilizar aquello que te hace único.

Esta es la que yo pienso, pero tu puedes concluir con tu propia MORALEJA.

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